19 abril, 2024
Diego Vadillo López

Desde que leyera en 2010 una columna de Francisco Nieva “El postismo de Boris Vian” (1), tenía pendiente leer una novela de dicho autor que adquirí buscando subsanar ese vacío por colmar en mi acervo de lecturas. Fue El arrancacorazones, una novela que argumentalmente no viene de ningún sitio y no va a ninguna parte, limitándose a ser meramente una obra genial.

Pero antes de pasar a tratar sobre ella y volviendo a las palabras de Nieva, este afirmaba que Vian entra en la nómina de artistas geniales no suficientemente reconocidos por la siempre imperante modernidad. Vian estaría en el “post-“, como lo estuvieran los postistas, a quienes tantos lazos unirían al propio Nieva.

Los artistas postmodernos merecedores del calificativo “geniales”, en verdad lo son. Y acostumbran a llevar aparejado un matiz en absoluto irrelevante: el humorismo.

Y humorismo a espuertas es lo que hay en El arrancacorazones, pero no es un humor gratuito; es cáustico y mordaz, cargadísimo de intencionalidad. Hay recados al fondo de cada subtrama, a cual más dislocada que las precedentes. Las connotaciones más tremendas brotan a salto de mata en una apoteosis de lo hilarante.

En primer lugar, no se puede dejar de señalar la considerable densidad discursiva que porta la novela (2), si bien una discursividad no exenta de lirismo; incontables son los pasajes portadores de honda y audaz musicalidad: “Lejos, sobre el acantilado, mucho más allá del jardín, pasado el desgarrado cabo que el mar afeitaba día y noche, había una alta masa de roca…” (3)

También me llamó la atención la minuciosidad descriptiva incardinada casi siempre en el antedicho lirismo: “le molestaba verla dar de mamar, debido a las venas azules que trazaban como una red sobre la piel tan blanca. Además, a su modo de ver, la lactancia apartaba al pecho de su verdadero destino” (4). Como se ve, la sorpresa está al cabo de cada punto (seguido o aparte).

Decía bien Nieva cuando asimilaba a Vian al postismo, a su vez tentáculo del humorismo de la conocida como “Otra Generación del 27”, sino véase el siguiente pasaje:

Tendría que buscarse alguna distracción —dijo Jacquemort— ¿Por qué no se dedica a la náutica?

No tengo barco… —Objetó Angel.

Constrúyase uno —insistió Jacquemort.

Es una idea —gruñó el otro (5).

Otro pasaje a reseñar es el que sigue, en el que Clémentine pregunta a Jacquemort si es él quien curiosea en sus armarios:

¿Es usted quien fisga en mis armarios? —preguntó bruscamente ella.

¿Cómo dice?

Ya me ha oído.

No —contestó—. No soy yo. Qué quiere que busque en sus armarios? Tengo toda la ropa que necesito (6).

Como se puede observar, el absurdo campa a sus anchas por las páginas de la novela que nos ocupa, si bien se trata de un absurdo no exento, como ya hemos apuntado, de lirismo, como en este otro fragmento que emparenta con la greguería:

La primavera atiborraba la tierra de maravillas que hacían explosión por doquier, como llamaradas irisadas, como suntuosos desgarrones en el billar de la hierba (7).

Ya el contexto en el que Vian ubica la trama es inquietante: un extraño psiquiatra y psicoanalista preso de un gran vacío llega a una casa situada en un acantilado donde habita una curiosa familia compuesta por la madre (Clémentine), que está en ese momento alumbrando a sus tres hijos (Nöel, Jöel y Citröen), el marido (Angel) y la criada (Culoblanco). Asimismo irán apareciendo otros tantos personajes, a cual más dislocado, como el cura del pueblo cercano, que me recuerda a algunos que a día de hoy rigen parroquias a lo largo y ancho de nuestra “piel de toro”.

Todo por momentos parece contribuir a un desmoronamiento de la lógica, porque “el sentido obedece a principios que nada tienen que ver con la racionalidad discursiva sino con factores afectivos e imaginativos” (8), como corresponde a los textos líricos y humorísticos, según apreciaba Isabel Iglesias Casal.

Y en esa dinámica de descoyunte de la lógica, asistimos a una constante normalización de lo atroz, que es presentado con aparente desapasionada indolencia.

Juega Vian y en su juego desdramatiza las más perversas circunstancias; como cuando el estrafalario psiquiatra Jacquemort vive una controversia con la criada (Culoblanco), con la que siempre copula poniéndose ella a cuatro patas, postura suscitadora de la mencionada controversia por querer Jacquemort trascender de la misma hacia la exploración de otras posibilidades. Ante la negativa de Culoblanco, él la presionó para que le dijera por qué no quería variar de postura; al final la muchacha confesó:

Lo he hecho siempre así —dijo ella.

¿Desde cuándo?

Desde el principio.

¿Con quién lo hiciste por primera vez?

Con mi padre.

¿Y por qué de esa manera?

Decía que no quería mirarme. Que no se atrevía.

¿Le daba vergüenza?

Aquí no sabemos lo que es eso —dijo ella en tono duro.

Ella tenía las manos en sus pechos, pero seguía con los muslos levantados y abiertos. Es el pudor, pensó Jacquemort.

¿Qué edad tenías?

Doce años.

Ya entiendo por qué no se atrevía a mirarte.

No, usted no lo comprende —dijo ella—. No quería porque decía que yo era demasiado fea. Y si mi padre lo decía, es que tenía razón; y ahora me ha hecho usted desobedecer a mi padre y soy una mala hija.

¿Te gusta esto? —preguntó Jacquemort.

¿El qué?

El modo en que lo haces.

Bueno, eso no se pregunta —dijo ella— ¿Quiere hacerlo, o no? (9)

Se aprecia en el pasaje anterior el logro de una subversión de los parámetros morales más respetados socialmente, como en este caso el incesto, siendo precisamente la supuesta víctima la que lo desdramatiza y orienta sus cuitas hacia otros derroteros, en lo que es una radical ruptura de moldes.

Y en ese continuo atentar contra las convenciones, Vian lo hace connotativamente (ya lo apuntábamos) a través, por ejemplo, del repudio de Clémentine a Angel aduciendo la mujer razones que no son sino fruto de la extinción de la pasión. Y es que todo parece sacado de quicio, verbigracia, la sobreprotección a que somete a sus vástagos la propia Clémentine aduciendo una retahíla de males de los que pueden ser objeto los tiernos infantes en lo que viene a ser un desaforado poner la venda antes de existir la herida, si bien salpimentado todo con el lírico humorismo ya aquí apuntado.

También da cabida Vian a lo esperpéntico, dotando de características, rasgos o procederes propios de los animales a sus personajes.

La ironía también brota con profusión. Véase el siguiente fragmento:

Los días en que Jacquemort se sentía intelectual, se retiraba a la biblioteca de Angel y se ponía a leer. No había más que un libro, pero era más que suficiente, pues se trataba de un excelente diccionario enciclopédico donde Jacquemort encontraba, clasificados y en orden alfabético, ya que no lógico, los elementos esenciales de todo lo que, en las bibliotecas ordinarias, requiere un volumen, ¡ay!, tan abultado (10).

En definitiva, Boris Vian despliega en esta novela todo un arsenal de recursos procedentes de las vanguardias históricas, dado que la obra es de 1953, momento en el que ya se podía haber metabolizado todo una vez asimilado con una cierta perspectiva. Así las cosas, cabría asimilarlo al postismo, toda vez que lo que se entrevé en este libro son elementos post-, la fastuosidad de unos equilibrios inestables que lustran los dominios de lo lingüístico para regocijo del lector.

Hay escritores que no tienen literatura en rededor; los hay también que lo único que tienen es una ingente literatura en torno a sí y ninguna obra. Vian tiene las dos cosas pese a su breve biografía. Dejó un amplio legado de novelas, obras de teatro, canciones… precisamente no hace mucho también accedí a varias de estas últimas a través del disco de Andy Chango, que las interpretó traducidas y adaptadas al castellano. También geniales.

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(1) Nieva, Francisco: “El postismo de Boris Vian”, Larazon.es (25-11-2010): http://www.larazon.es/detalle_hemeroteca/noticias/LA_RAZON_342921/4885-el-postismo-de-boris-vian-por-francisco-nieva#.Ttt1FOWjcSAlLgb

(2) Cf. en El arrancacorazones (Tusquets, Barcelona, 2009, 3ª edición), por ejemplo, el siguiente pasaje: “Se reprochó de inmediato su vulgaridad, pero se la perdonó unos instantes más tarde, al reflexionar que la vulgaridad difícilmente puede ser ofensiva para una persona vulgar” (p. 72).

(3) Vian, Boris: El arrancacorazones, Tusquets, Barcelona, 2009 (3ª edición), p. 81.

(4) Ibíd., p. 86.

(5) Ibíd., p. 91.

(6) Ibíd., p. 121.

(7) Ibíd.

(8) Iglesias Casal, Isabel: “Sobre la autonomía de lo cómico: Recursos lingüísticos y extralingüísticos del humor verbal”, ASELE, Actas XI (2000), p. 444.

(9) Vian, Boris: Op. cit., pp. 117-118.

(10) Ibíd., p 176.

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