4 octubre, 2024

Por Diego Vadillo López

Valle-Inclán logró una fórmula literaria, superadora del dolor y de la risa, para plasmar la realidad circundante en sus más grotescas esencias, y es que si echamos la vista atrás, siquiera sucintamente, oteamos un panorama en conjunto desalentador.

Por ello todas las épocas han tenido a sus “cantores de las cuarenta”. Estos denunciadores han provenido de ámbitos más a priori solemnes o formales o, por el contrario, de posiciones más informales (resultando, a la postre, unos más falsarios y otros más honestos), entre estos últimos tenemos a los artistas, empleando el término de la manera más extensa y abarcadora. Ya hemos aludido a Valle-Inclán, célebre denunciador-denostador que aprovechaba todas las tribunas para hacer llegar sus invectivas y diatribas contra el sistema y contra el estado de las cosas. Era Valle un esteta muy bronco en algunos momentos, deviniendo sus obras en un expresionismo rayano muchas veces con lo histriónico.

La dimensión de personaje público de Valle le otorgaba asimismo la posibilidad de ejecutar acciones cercanas incluso a lo performativo, dada la sobreactuación que llegaba a poner en práctica en múltiples ocasiones y que era la comidilla después por los cafés y demás mentideros de la Corte. No olvidemos que era un hombre de teatro y no de un teatro mesocrático sino audaz.

Pero más remotos precedentes tienen las performances y prácticas similares, me viene a la cabeza Diógenes de Sínope, por ejemplo. Es más, se podría considerar al filósofo cínico un claro antecedente de dichas ejecutorias, pues hizo de la provocación un arte.

Apuntado lo anterior, la artista de la que vamos a tratar en este artículo se desenvuelve diestramente en el ámbito performativo, si bien le imprime a sus trabajos más sutiles maneras, sin que por ello le sea restada contundencia al mensaje o al procedimiento de sus desempeños.

Observando las performances de Yolanda Domínguez, llego a la conclusión de que en cada una de ellas nos da un toque despabilador, inmersos como estamos en una sociedad de mercado como la que nos contiene y para cuya descripción servirían las palabras de Émile Armand:

En nuestro tiempo, todo el mundo va enmascarado; y nadie se preocupa de ser y sí únicamente de parecer.

¡Parecer! He aquí el ideal supremo; y si tan ardientemente se desea la buena posición o la riqueza, es porque se sabe que sólo el dinero permite figurar.

Esta manía, esta pasión, esta tendencia a la apariencia y a todo lo que la proporciona, devora al rico y al pobre, al instruido y al ignorante (1).

Tal cosa es la que pone nuestra artista de manifiesto en obras como “Pido para un Chanel”, en la que hace que una joven elegantemente vestida teatralice desahogar su frustración frente al escaparate de una boutique de Chanel situada en la calle Ortega y Gasset (en el corazón de la llamada milla de oro de Madrid) por no poder acceder a la compra de una prenda de la célebre firma de lujo, llegando, en un momento dado, a coger, ni corta ni perezosa, un cartón y escribir en él: “Pido para un Chanel”, y sentándose en el poyete de la tienda, consiguiendo así suscitar la estupefacción de los viandantes que por allí transitaban.

El calado de esta puesta en escena adquiere mucho mayor eco en la inmediata actualidad, sabidos los dispendios descubiertos a determinados gestores públicos en connivencia con muy variopintos empresarios; en un momento en el que todos estamos pagando la orgía vivida años atrás, cuando España festejaba un inaudito y ficticio crecimiento económico sustentado en la financiación exterior, en la política inmobiliaria especulativa y en el crédito indiscriminado.

La caricatura que nos presenta Yolanda Domínguez no es sino el especular reflejo de nuestra sociedad no hace demasiado, cuando todo lo que importaba era el parecer, olvidándonos de quienes éramos en realidad.

Ya atisbaba tal estado de las cosas no hace demasiado Lipovetsky:

El hedonismo tiene como consecuencia ineluctable la pérdida de la civitas, el egocentrismo y la indiferencia hacia el bien común, la falta de confianza en el futuro […] la era del consumo socava el civismo […] el hedonismo junto con la recesión económica crea una frustración de los deseos que el sistema apenas es capaz de reducir, y que puede formular soluciones extremistas y terroristas y llevar a la caída de las democracias (2).

En plena posmodernidad, Yolanda Domínguez hace de las performances una herramienta para dejar en la atmósfera mensajes que, cuanto menos, aportan una suave órbita de razonada poesía, no en vano para ella el arte es una herramienta de transformación social. Y en cuanto a lo poético de sus piezas, lo vamos a ver más adelante.

La posmodernidad lo fagocita todo dejándolo en muchos casos inservible, la publicidad es el más palmario ejemplo de ello; por dicho motivo, sabedora de tal cosa, Domínguez hace uso de los recursos que ofrece lo publicitario pero aportándole meollo intelectual; sustancia cultural.

La performance, que es la principal o más célebre de sus técnicas, le ofrece ingentes posibilidades, ya que los que llena con sus artísticas estrategias son escenarios en los cuales deja hablar a la sinrazón, que no desdeña la oportunidad mostrándose tan plástica como expresionista y desapacible, como, por ejemplo, en “Fashion Victims”, representación en la que unas modelos fingen estar muertas frente a tiendas de ropa; desparramadas sobre el pavimento; llenas de escombros encima y en derredor de sí mismas.

La performance ofrece muchas alternativas a incluir: el arte corporal, la danza, las artes plásticas, los recursos tecnológicos o el teatro. Precisamente a este último se han incorporado en los últimos tiempos muchos rasgos de la performance, de hecho el llamado teatro posdramático juega con los límites entre la ficción y la realidad; retoma asimismo la parresia del teatro griego, buscándose poner incluso en riesgo al personaje. No obstante algunas lindes trazaba Guillermo Gómez Peña:

El virtuosismo, el entrenamiento y las aptitudes son muy apreciadas en el teatro […]. Incluso las formas más experimentales y antinarrativas de teatro que no dependen de un texto, tienen un principio, una crisis dramática (o una serie de ellas) y un final. Un “evento” o “acción” de performance es simplemente el segmento de un proceso más largo que […] no tiene principio ni fin (3).

Y apuntaba el propio Gómez Peña que “los performeros” están a toda hora “buscando el reto que implica desmantelar la autoridad abusiva” (4).

En efecto, el arte performativo lleva en sus genes la provocación y un cierto componente ácrata, de deseo de cambio de determinadas realidades, como bien lo afirmaba James Joll: “los artistas y escritores favorables a la repulsa de los convencionalismos burgueses, hallaron en el anarquismo […] un estimulante ejemplo de rebelión absoluta” (5).

No me voy a aventurar a atisbar tales planteamientos en Yolanda Domínguez, si bien vislumbro la misión que el propio Joll atribuía a los artistas, la de “ampliar nuestra propia concepción del mundo, facilitarnos una nueva manera de mirar las cosas” (6).

Ella misma, en una conversación con el también artista performativo Abel Azcona afirmaba lo siguiente: “Yo intento jugar con el humor y con la ironía, que también me parece un lugar desde el que se puede hacer crítica y desde el que se puede reflexionar” (7). De ahí, creo, es de donde brota la poesía a la que me refería más arriba, ya que en sus performances se emplean muchos recursos retóricos: la hipérbole (pues saca las cosas de quicio: como cuando una cajera, antes de ausentarse, pone un cartel que dice: “Vuelvo en 5 minutos, me voy a poner silicona”), la aludida ironía (como cuando unos camareros repartían unas botellas de agua mineral con un retal de tela vaquera dentro en cuya etiqueta se leía: “No importa que no tengas agua mientras tengas unos vaqueros”, y es que se trataba de denunciar la contaminación de las aguas potables por parte de algunas marcas al producir sus pantalones, o cuando Yolanda Domínguez pegaba por diversos lugares un cartel en el que se anunciaba una mujer en busca de marido, vendiéndose de la forma más humillante y superficial), lo paradójico y el absurdo también tienen cabida (como cuando unas azafatas de atuendo muy corto y ceñido repartían unas papeletas donde no ponía nada)… y todo contribuye a la valle-inclaniana superación del dolor y de la risa. Por ejemplo, en su “Acción para Médicos del Mundo”, uno no sabe cómo reaccionar, tanto la risa como el llanto corren el peligro de quedar congelados, pues para denunciar la exclusión de 800.000 personas de la Sanidad Pública tras la última reforma puso a pedir a varios actores y actrices con un camisón hospitalario y un gotero por las calles y el metro, generando todo tipo de reacciones entre los viandantes.

Hay en sus “acciones” metáfora y humor, los rasgos de la greguería, aunque la metáfora pueda ser considerada más una alegoría, esto es, una metáfora sostenida en el avanzar de la trama (o quizá sea más adecuado emplear el término “parábola”, dado el fondo ético buscado) y el humor más bien es negro, pues acostumbra a denunciar nuestra artista realidades incluso truculentas.

También es cierto que las alejaría de lo poético el objetivo final (un utilitarismo ético) de las mismas, pues como afirmaba nuestra artista para ella “la provocación es una herramienta siempre y cuando la herramienta sirva para ver algo” (8). Hay una utilidad social de fondo, y ahí emergería la ácrata, pues los ácratas no creen por principio en el asociacionismo sino muy puntualmente, y tal cosa es lo que hace Yolanda Domínguez, se alía ora con Green Peace, ora con Médicos del mundo… cuando el proyecto le interesa. Ojo, no digo que sea una misántropa, cosa que quedaría descartada a tenor de sus muchas colaboraciones e impartición de talleres; además, ella afirma ser partidaria del arte colectivo. Pero, al fin, me parece una artista fraternal, autónoma e indómita, soberana y protestataria, por entre en cuyas avisadoras obras fluye una sutil acre-ácrata poesía.

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Notas

1-Armand, Émile: El anarquismo individualista, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2009, p. 13.

2-Lipovetsky, Gilles: La era del vacío, Anagrama, Barcelona, 2003, p. 128.

3-Gómez Peña, Guillermo: “En defensa del arte del performance”, Horizontes Antropológicos, nº 24 (julio-diciembre de 2005), pp. 199-226, p. 217.

4-Ibíd., p. 209.

5-Joll, James: Los anarquistas, Grijalbo, Barcelona, 1968, p. 137.

6-Ibíd., p. 8.

7-Cf. dicha conversación en Youtube:

https://www.youtube.com/watch?v=X5BemBBQjGM

8-Ibíd.

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