4 octubre, 2024

Existe un tópico que reza que en París hay que pagar hasta para respirar —y con sobrecargo si se inhala más aire de la cuenta—, pero la patria de la excepción cultural dispone de numerosos rincones gratuitos en su oferta de exposiciones, que no decrece durante los meses veraniegos. En especial, en esos museos semidesconocidos que no suelen entrar en los planes de quienes se limitan a alinear el Louvre, el Museo de Orsay y el Centro Pompidou durante sus visitas a la capital francesa.

En agosto, un paseo por el mapa cultural de París puede empezar en las calles del Marais, esa antigua marisma de la rive droite que fue judía antes que homosexual y que hoy cobra el aspecto de un parque temático para turistas sedientos de marcas de lujo. Pero el patrimonio histórico sigue pesando lo suyo en las calles que conducen a la Plaza de los Vosgos. Por ejemplo, en los contornos del Museo Carnavalet, palacio renacentista reconvertido en museo de historia de la ciudad por el barón Haussman. La visita a sus colecciones es gratuita, incluidas exposiciones como Sur les traces des premiers Parisiens (Tras las huellas de los primeros parisinos), que recoge los materiales encontrados durante una exploración arqueológica en 2008.

A solo unas calles en dirección al Sena, el espacio dedicado a exposiciones temporales en el interior del Hôtel de Ville conmemora el 70º aniversario de la liberación de París con una muestra centrada en los días previos a la capitulación del general Von Choltitz, que gobernó la ciudad durante la ocupación nazi. Fotografías, vídeos, carteles y artículos sirven para rememorar este capítulo, primordial en el imaginario colectivo de los franceses, cuya construcción identitaria sigue sujeta a ese supuesto espíritu insurrecto que les llevó a combatir al ocupante. Detrás de la catedral de Saint-Paul, allá donde los turistas no se aventuran, el Memorial de la Shoah permite visitar otra muestra sobre el mismo contexto, Regards sur les ghettos (Miradas sobre los guetos), unas 500 imágenes capturadas en los barrios en los que se forzó a vivir a los judíos tras la invasión de Polonia en 1939. En la selección ha participado Roman Polanski, quien creció en el gueto de Cracovia.

Media hora más tarde y tras un par de correspondencias de metro, nos adentramos en el barrio de Pigalle, allá donde los soldados estadounidenses recorrían los burdeles tras la liberación. Hoy, su pasado de barrio rojo se diluye en el aburguesamiento: el precio del metro cuadrado habría aumentado un 25% en cinco años. Fiel a esta nueva identidad, el Museo de la Vida Romántica ocupa un palacete impregnado de decadencia y otros rasgos del espíritu dieciochesco, que perteneció al pintor Ary Scheffer y cuyos salones fueron frecuentados por Georges Sand. Durante el verano, se exponen una veintena de dibujos inéditos de artistas como Delacroix, Steuben o Cogniet. Pero la joya de la corona es su jardín.

En un registro más contemporáneo, el Museo de Arte Moderno abre sus puertas a una instalación de Douglas Gordon: una nube de pantallas que recoge sus trabajos en vídeo y forma parte de una colección permanente que incluye el mural La Fée Electricité de Raoul Dufy y las Danzas de Matisse. Se puede aprovechar para visitar, en un programa doble improvisado, el vecino Palais Galliera, renovado museo de la moda donde se expone una muestra sobre la alta costura de los cincuenta, cuando Dior y Balenciaga reinaban en París. La entrada no es gratis, pero casi: entre 3,50 y 7 euros.

Cabe sumar dos pequeñas muestras de los últimos meses. L’art fait ventre, en el semidesconocido Museo de Montparnasse, recorre la relación entre creación artística y gastronomía durante las últimas décadas, del Eat Art de Daniel Spoerri a las naturalezas muertas (y tridimensionales) de Gilles Barbier. En la Fundación EDF, se expone Que la lumière soit (Que se haga la luz), que recoge 250 obras que utilizan la luz, a cargo de nombres como Joseph Beuys, Olafur Eliasson, Chris Fraser o Ettore Sottsass.

Las galerías complementan esta oferta de exposiciones gratuitas en París. En la Galerie des Galeries, trepando a lo alto de las Galerías Lafayette, Xavier Veilhan propone una curiosa mezcla de música y arte. Antiguo colaborador de Air y Sébastien Tellier, ha invitado a sellos reputados como Versatile o Record Makers a organizar conciertos en una sala diseñada para la ocasión. Su galerista, el todopoderoso Emmanuel Perrotin, prefiere exponer a Laurent Grasso, otro valor pujante con vínculos musicales: acaba de colaborar con Pharrell Williams diseñando la portada de uno de sus sencillos. A pocos metros, la galerista Nathalie Obadia expondrá a partir de septiembre a otra francesa ascendente: Laure Provost, último premio Turner. Y el todopoderoso Larry Gagosian propone una muestra que recoge la nueva pintura del británico Howard Hodgkin.

Las macrogalerías abiertas por Thaddaeus Ropac y Larry Gagosian en la periferia norte de París están cerradas hasta septiembre, pero la banlieue dispone de otro lugar imprescindible: el joven museo Mac/Val, en Ivry-sur-Seine, con una exposición permanente centrada en el arte contemporáneo francés, de François Morellet y Daniel Buren a los nombres que marcarán el futuro. La entrada cuesta entre 2,5 y 5 euros. En una gama similar de precios se encuentran la retrospectiva del fotógrafo Lewis Baltz en Le Bal (entre 4 y 5 euros) y la exposición sobre Emmet Gowin en el precioso edificio art nouveau de la Fundación Cartier-Bresson (entre 4 y 7 euros).

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