6 noviembre, 2024

Hay pronósticos que, pese al disimulo con el que se pasean, no consiguen dar el pego. Son certezas. Se contonean, miran de soslayo y, llegado el caso, hasta se dejan ver en compañía de las dudas, tan casquivanas ellas. Pero no. Sólo un dato: la fiesta para homenajear al ganador la organizaba (y desde hace semanas) Warner. Y Warner es, entre otras muchas cosas, la distribuidora de…, en efecto, ‘La isla mínima’. Dicen que en las casas de apuestas, en vez de pagar al que acertara la quiniela de marras le daban un abrazo. Y gracias.

A eso de las diez de la noche dio comienzo la gala más esperada de cuantas han tenido a bien rendir pleitesía al cine español. Y van 29. La hora en la que acabó no quedó clara. Es posible que aún no lo haya hecho. Recuérdese, nunca antes el cine español se vio tanto, gracias fundamentalmente a los 9,5 millones de espectadores de ‘Ocho apellidos vascos’, y pocas veces con anterioridad se sufrió de equivalente manera. ¿Hace falta insistir en lo mal que van las cosas? ¿Y qué decir de la Ley del Cine siempre prometida y siempre aplazada? ¿Tendremos acaso que recordar lo del IVA? Bueno de eso ya se encargó el presidente Enrique González Macho. Pues eso. Resumiendo y pese a todo: el año 2014 se cumple con un 25,5% de cuota de pantalla y una nómina de películas candidatas que para sí quisieran los barrios altos de Sunset Boulevard.

Pues bien, en este ambiente, ni se cabía: desde Penélope Cruz al ministro Wert (hay parejas que matan) sin olvidar a… No faltó ni Massiel. Y todo ello, volvemos a retomar el hilo, para ver cómo la película dirigida por Alberto Rodríguez se coronaba con todos los honores. No había duda. No era ni siquiera un pronóstico. Era certeza. No dio el pego su empeño por disimular.

Mal empezó la gala con una soflama de las de antes. Luego, apenas un instante después, se recondujo. Sin duda, gracias al sentido común. Dani Rovira volvió a ser él tras haber dejado durante unos minutos que su cuerpo fuera poseído por la familia Bardem en pleno. Fue un instante. Pero duró y fue duro.

El vicio de la eternidad

Por lo demás, hubo momentos para todo. Y todos. Es más, el incorregible vicio de la eternidad volvió a ahogar en el mismo espeso pantano de casi todos los años la prometedora brillantez inicial. Somos (son) muy pesados, hay que reconocerlo. Alguien dijo que la gala debía ser tan larga como la película del año: ‘Boyhood’. Se refería a las poco más de dos horas que dura la proyección y no, como sin duda pensaron en la Academia, a los 12 años del rodaje.

Antonio Banderas, con su Goya de honor. AFP
La emotividad, eso que tan bien se nos da cuando estamos ebrios o premiados (si son las dos cosas, nos salimos), corrió a cuenta de la intensa apología a favor de la cultura (mejor CULTURA, todo en mayúsculas) a cargo de Antonio Banderas. «La cultura es la mejor manera de entender el mundo», dijo y nadie se atrevió a llevarle la contraria. Lloró el actor cuando habló de su hija y con él, por qué no, lo hicimos un poco todos. No es que, de repente, nos preocupara el estado de Stella del Carmen, no. Era él. Cae bien y ver llorar a un gigante emociona un poco. A su lado, Carmen Machi se acordó de Amparo Baró… Y lo mismo. Y Karra Elejalde (qué buena gente los de los ‘Ocho apellidos…) mencionó a Álex Angulo y, ya no hubo remedio. Si no fuera por el cansancio acumulado, habríamos podido, cuanto menos, suspirar.

Por supuesto, y pese al ejercicio de contención, no pudo faltar el siempre tan socorrido exabrupto contra el Gobierno en general y contra Wert muy en particular. Su cara. Cómo es. Y este apartado conviene una mención especial para la contundencia algo fuera de tono de Almodóvar: «A todo el mundo de la Cultura… Usted no está incluido»… ¡Zas! en toda la boca. El presidente, por su parte, se limitó a mostrarse ‘elíptico’, la expresión es suya. Con esto quería decir que iba a evitar decir lo de siempre. No cumplió. Definitivamente, no tenemos (o tienen) cura. Disfrutamos más con un discurso engolado que un choto con dos madres.

¿Y qué decir de ese instante de patetismo que tanto enternece? Álex O’Dogherty, músico multiusos, entonó un disparate de unas proporciones digna de otras épocas, de cuando los Goya duraban más de tres horas, y alguno hubo que amagó con suicidarse. Esos pensamientos vienen a partir de la una de la mañana. ¡Ah, que esto duró más! Pues eso. Por cierto, alguien tendría que decir al Langui que no puede hacer el mismo chiste todos los años.

Diez premios Goya para ‘La isla’

Y así las cosas, todo empezó como acabó. El segundo Goya de la noche, tras el protocolario a la mejor película europea, fue para… ‘La isla mínima’. Se trataba del diseño de vestuario. Y de aquí en adelante, todo seguido. Lloró Nerea Barros tras dedicarle el premio a sus padres y afirmar que no se lo esperaba. Han oído bien: lo volvió a decir. Luego fueron el montaje, la dirección artística, la fotografía (memorable el trabajo de Álex Catalán), el guión… Hasta 10 de las 17 posibles (en realidad, sólo aspiraba a 16, puesto que dos actores compartían nominación).

Y justo es que así sea. ‘La isla mínima’ reúne en sí lo mejor de las dos orillas del cine: la industrial y la digamos ‘autoral’ (fea palabra, pero no nos atrevemos a decir artística). Y la Academia, de alguna manera, está obligada por sus propios estatutos a cuidar tanto de la salud de los creadores como del buen estado del chalé del productor, entre otras cosas. Ninguna otra cinta se ha estrenado este año tan «redonda’, la palabra la usó Rovira en la presentación y se la tomamos prestada. Desde la fotografía a la música pasando por cada una de las interpretaciones están al servicio de una historia tan turbadora como iluminada. Y, en medio, el director. La idea es hurgar en las cicatrices mal curadas del pasado reciente de este país y el resultado es todo él herida. Suena trágico y, en realidad, es gloria. Certeza decíamos.

No lejos, gustaron los tres premios a la responsable directa de la euforia agotadora de todo esto: el reparto casi entero de la película de los 56 millones de euros. Tanto los citados Karra Elejalde y Carmen Machi como el ‘recitado’ Rovira subieron a por lo suyo. Fue agradecimiento. ‘El Niño’, la segunda en liza con 16 nominaciones, cumplió, y mejoró incluso el pronóstico: cuatro fueron sus ‘goyas’ técnicos junto a la canción original. Y ‘Mortadelo y Filemón contra Jimmy el cachondo’ fue distinguida como merece como la mejor cinta de animación (de éste y todos los años) de la mano del ruidoso y genial guión adaptado. Todo tan ajustado a razón como el premio al mejor director debutante por esa cercana, pese a la distancia, reflexión sobre la comunicación que es ‘10.000’ kilómetros.

Un momento, ¿y ‘Magical girl’? Escaso se antojó el único Goya a la actriz Bárbara Lennie para la más sorprendente cinta del año. Y aquí no hablamos de taquilla. Se trata de la única producción que ha conseguido hacerse con el premio mayor de un festival internacional. Nótese que, de todo el palmarés, está es la única no auspiciada por una de las dos televisiones privadas. Por decirlo de otra manera: éste es el otro cine posible que hace eso que con tanta liberalidad llamamos Cultura. Es así.

Se cumplió el pronóstico que, en realidad, fue certeza. Y lo hizo en una interminable gala empeñada en sepultar cada unos de sus momentos más brillantes (que los hubo) bajo un barrizal de lo mismo. No hay remedio.

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