19 abril, 2024

Si decimos: “Evaristo Páramos”, la gran mayoría se preguntará: “¿Quién es?”. Pero si abundamos: “Evaristo, el cantante de La Polla”, entonces muchos serán los que sepan de quien estamos hablando. Y es que el bueno de Evaristo lleva a sus espaldas tres décadas de vida artística y combativa. Muy conocidas son sus canciones irreverentes, instaladas ya gran parte de ellas en el acervo popular.

Puede resultar a priori extraño el presentar las letras de este iconoclasta como materia objeto de atención desde el análisis lírico o estético, por recrearse, precisamente, el interfecto, en lo procaz e irreverente. Pero lo cierto es que ese realismo crítico en que habitualmente se ejercita, lejos de ser  trivial, y pese a hacer frecuente uso (y abuso) del exabrupto (lo que encierra una actitud con un fin y un fondo subyacentes nada gratuitos), llega un   momento en el que tal realismo acaba por resultar lírico. Y el lirismo residirá en el estilo, diáfano y  certero hasta el punto de lograr trascender lo meramente real, alcanzando otro ámbito.

El de Evaristo es un lirismo de la lucidez, si bien una lucidez tosca, desapacible. Pese a ser la suya una poesía bronca y ácrata, concebida para la confrontación, de tal radicalidad brota, de repente, en un momento dado, una tímida capacidad de sugestión que, aprovechada, nos puede conducir por pasajes de cierto hondo lirismo, germinado en un tiesto casual, sin el abono de la voluntad de   estilo. Si nos fijamos, en los pedruscos que arroja Evaristo contra el Sistema habitan preciosas  incrustaciones de rubí.

Leyendo la letra de “Un rayo de sol” (que nada tiene que ver con la estival melodía interpretada en su momento por Los Diablos) podremos darnos cuenta de lo fino que hila Evaristo:

Un rayo de sol pasa a duras penas

por entre el aire contaminado

alumbrando el mar azul, lleno de ful.

Los verdes campos son basureros del plástico sobrante;

los frondosos árboles, pelados de lluvia ácida.

La pálida luna está ocupada por rusos y americanos.

¿Qué puedo hacer? Creo en el banco de Santander:

“Estamos con la gente, con toda la gente, la buena gente”.

Toda la letra está cubierta por un lirismo   anticlimático que da la vuelta a muchos de los tópicos más manidos de la poesía universal. Presenta un locus amoenus inverso, devastado, imposible ya.

Desde tal presupuesto surge un nuevo (otro) lirismo, lúcido, áspero, y no menos profundo que el que idealiza sublimando.

Ironiza Evaristo al introducir la publicidad de un banco como solución a la destrucción del planeta.

Otra canción enjundiosa es “Sí hay futuro”:

Un mundo entero se quema a sí mismo

al hacer pomadas pa’ sus quemaduras.

Un árbol que arde, de él sale papel

para que se escriba: “El árbol ardió”.

Los hombres trabajan pa’ poder vivir

en fábricas de armas que los matarán.

Ciudades del futuro, tumbas de los vivos.

Vivos del futuro, muertos en ciudades.

Sí hay futuro, sí hay futuro, sí hay futuro…

Políticos locos guían a las masas

que les dan sus ojos pa’ no ver qué pasa.

Aun con tu ceguera verás a los listos

contar su dinero; listos, ¡pero muertos!

Sí hay futuro, sí hay futuro, sí hay futuro…

Es la anterior letra, en términos generales, un juego paradójico sustentado, a su vez, en varios paradójicos hilvanes. Y junto con las paradojas, una serie de imágenes: el mundo que se quema (prosopopeya) haciendo pomadas para aliviar tales quemaduras; el árbol que arde proporcionando un papel que servirá para que algunos   escriban que ardió; la equiparación metafórica de las ciudades con las tumbas (en   este caso para vivos). También hace una    paradójica proyección temporal hacia adelante cuando escribe: “Vivos del futuro, muertos en ciudades…”.

En la segunda estrofa, equipara, metafóricamente, los votos con los ojos, coligiéndose la supuesta poca vista de quienes votan a los que van a malversar el patrimonio común.

El título de la canción, dechado de ironía, nos puede servir para afirmar, en este caso sin tal ironía, que en las letras de Evaristo sí hay lirismo. Y es que en toda excelsa sonata habita, de algún modo, el esperpento; como en todo esperpento habita un cisne inaudito e insospechado.

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