Puede que épocas de crisis como la que ahora padecemos sean especialmente propensas a revelar lo que habitualmente queda oculto: los miedos, fealdades y zonas oscuras que habitualmente queremos tapar pero que, abrupta o sibilinamente, acaban aflorando y removiendo cimientos.
A esa noción de lo soterrado se dedica la muestra que el Centro Conde Duque nos presenta ahora en su Sala de Bóvedas, situada precisamente bajo la sala 1 de exposiciones de este espacio; se accede a ella a través de una escalera de bajada, convertida en este caso en vía de acceso a un submundo que conserva los cimientos, la mampostería y los ladrillos del siglo XVIII y que sostiene sobre sí una construcción con sus propios secretos. Con este proyecto se inicia un ciclo de exposiciones comisariadas, concebidas específicamente para esta ubicación, en las que se abordarán en profundidad asuntos que forman parte del conjunto de la programación de Conde Duque.
Se han sumado a la exhibición, comisariada por Javier Martín-Jiménez, diecisiete artistas españoles de distintas generaciones: Carlos Aires, Elena Bajo, Karmelo Bermejo, Patricia Dauder, Marco Godoy, Carlos Irijalba, Cristina Lucas, Mateo Maté, Asunción Molinos Gordo, Ester Partegás, Sara Ramo, Rodríguez-Méndez, Bernardí Roig, Paula Rubio Infante, Teresa Solar, Julia Varela y Zoé T. Vizcaíno. En sus proyectos, en técnicas y formatos diversos, se apela a eso que elegimos esconder o no mirar, a lo que deseamos eliminar de nuestra vista o la de otros, y a esa querencia nuestra a esquivar lo que nos incomoda o lo que tomamos; según Martín-Jiménez, la crisis sanitaria mundial ha derivado en una crisis existencial generalizada, que obliga a reflexionar y a dudar sobre nuestra propia posición en el mundo y particularmente en la sociedad en la que vivimos. Cualquier pensamiento crítico genera dudas y preguntas, necesarias para avanzar como individuos en la búsqueda de respuestas. Pero ese cuestionamiento puede derivar en conflictos internos. Mirar la realidad de frente no siempre es plato de gusto, es más cómodo mirarla por el rabillo del ojo para desviar la mirada rápidamente si algo nos perturba. Enfrentarse a ella es lo complicado porque hace aflorar a su vez muchas emociones normalmente escondidas.
Como decíamos, ese eje de la exposición se relaciona con la disposición y arquitectura de la Sala de Bóvedas, convertida en este caso en escenario de infiernos, los individuales y los colectivos. Recibe al espectador, antes de adentrarse en el subsuelo laberíntico, un vídeo de Zoé T. Vizcaino que lo sume en una crepitante cascada (la naturaleza, contundente, que dejamos a un lado) y un Ícaro de Bernardí Roig cargando una de sus luces que iluminan más sombras que bellezas.
Anteceden a los clavos de la antigua prisión de Carabanchel, miles de veces reproducidos, de Paula Rubio Infante; las reproducciones de terribles escenas de violencia que Carlos Aires nos presenta desde una lente deliberadamente opaca, en referencia a esas veladuras voluntarias que imponemos a nuestra mirada para no tambalearnos o las decenas de cinturones y espejos de Julia Varela, cuyo trabajo gira en torno al consumo social de imágenes y de lo que elegimos ver.
Predominan en la exhibición los materiales cotidianos puestos al servicio de nuestra perturbación, como los cubos de cemento de Elena Bajo, que ocultan residuos plásticos; las telas raídas, la piedra, la arena, el papel rasgado o la arcilla, elementos sencillos y primarios que en la exhibición parecen dialogar con el lado primario y menos artificioso de nosotros mismos.
El pasado está muy presente, en forma de memoria histórica cercana o de mito; no faltan las esculturas híbridas, entre lo humano y lo animal y contrarias al canon, de Mateo Maté (he ahí nuestros instintos) o el molde, de Marco Godoy, del muro de la iglesia catalana de San Felipe Neri, en el que se mantienen vestigios de los disparos de la Guerra Civil. También la naturaleza abandonada: los fósiles de Teresa Solar Abboud apelan a las formas de vida perdida que sostuvieron.
En suma, los trabajos seleccionados apelan a lo negro, a nuestros temores, a las sombras ocultas en la privacidad de nuestras cabezas, nuestros cuerpos o casas; pocas veces deliberadamente expuestas.
En paralelo a la exhibición, el Grupo de investigación “EARTDI. Aplicaciones del Arte en la Integración Social” de la Universidad Complutense ha diseñado propuestas educativas, en el programa “L-ABE. Laboratorio de Arte, Bienestar y Educación”. También será la muestra escenario de trabajo de RENDIJA, un grupo de residencia adolescente de Condeduque centrada en la mediación cultural y puesto en marcha con jóvenes por el colectivo Desmusea.
“Bajo la superficie (miedos, monstruos, sombras)”
c/ Conde Duque, 9 y 11
Madrid
Del 28 de noviembre de 2020 al 30 de enero de 2021