El Arte está repleto de sensaciones. Nos transporta a infinidad de dimensiones cargadas de amor, melancolía y dolor. Podemos percibir a través de la música, la pintura, las obras teatrales, etc incontables amagos emocionales que moldeamos a través de nuestra propia experiencia y subjetividad.
¿Quiénes somos nosotros para juzgar el Arte? Deberíamos formularnos más a menudo esta pregunta. Desde mi punto de vista, y seguro que es una visión compartida por más de un único espectador: mientras no se invada la libertad física y moral de otro ser, todo puede ser Arte.
Pero cuando se maltrata o se sentencia a muerte deliberadamente con lo que algunos llaman “Arte”, entramos de lleno en el paradigma de lo que se debe y lo que no se debe, lo que es Arte y lo que no. ¿Cómo se sentirían si cogieran a un niño y lo colocasen en una Galería, con una correa al cuello encallada a una pared, y dejasen a ese niño allí hasta que se muriera de hambre y sed? ¿Lo considerarían Arte o una acción a denunciar?
Yo, sinceramente, alentaría a esa persona que se hace llamar “Artista” a que se colocara dentro de su pequeño habitáculo al que hace llamar “Arte”, y le haría ser partícipe de su propia atrocidad.
Esto fue lo que aconteció en el año 2007, donde Guillermo Vargas Habacuc, polémico “artista”, expuso a un perro callejero en una Galería, atado por una pequeña soga a la pared, donde dejó que muriera de hambre y sed.
¿Cuál era su verdadera intención: mostrar la muerte que acontece nuestros días en grandes partes del mundo mientras los demás vivimos impasibles e inmersos en el consumismo, o rozar los bordes de la trasgresión y lo moral y llamar la atención de los medios?
Sincera y personalmente, nunca antes me había hecho eco de ninguna de las obras de este controvertido sujeto. Creo que ahí se encuentra la verdadera respuesta. El dolor en este acto es notorio y visible. El animal sufre por desnutrición y espera su muerte sin la oportunidad de buscar ningún tipo de alimento o bebida para sobrevivir. Un dolor inducido en una tercera persona, contra su voluntad, y para la mera observación de visitantes ajenos y, desde mi punto de vista, sin moral.
¿Puede ser considerado Arte el infringir dolor a un ser vivo para demostrar “X”? Creo fielmente que pudo mostrarnos ese dolor a través de cualquier otra manifestación artística, como pudo ser un documental que sus propios ojos revelasen, y no condenando a un ser (en este caso un animal) hasta que la muerte hiciera pie en esta Galería.
Sinceramente, a veces me paro a pensar quién es peor monstruo: si el artista o los visitantes que contemplaron aquello a lo que él denominó “obra” y quedaron impasibles ante tal hecho.
(Guillermo Vargas Habacuc, ¿Artista?)
¿Cómo podemos llevarnos las manos a la cabeza cuando una persona con su propio cuerpo hace del dolor un arte (hablamos de las performances, por ejemplo), y somos capaces de justificar esta atrocidad animal? La delgada línea que separa la subjetividad del arte pictórico, escultórico, físico propio y el asesinato es a veces demasiado delgada y distorsionada a los ojos de la objetividad y los derechos fundamentales de cualquier ser vivo.
Personalmente, para mí un Artista crea su obra desde la primera línea, pincelada, cincelada, nota musical o letra capital en un folio en blanco. Lo que no puedo considerar como tal es aquello que uno manipula sabiendo, como única realidad certera, el final de tal acto vil y carente de empatía.
No debemos olvidar que todo esto ocurrió en el año 2007, aunque tampoco es tan distante de los tiempos que acontecen hoy. Lo que sí debemos es luchar para que este tipo de atrocidades no vuelvan a repetirse, y que el Arte, en cualquiera de sus manifestaciones, no conlleve al maltrato ajeno obligado.
No confundir el Arte con el exhibicionismo y el morbo viril es una de las cuestiones que deberíamos tener presentes en nuestra visión, tanto a nivel de Artista como a nivel de espectador… amantes del Arte en cualquiera de sus manifestaciones.
Lo único que demuestra este sujeto es que no tiene la capacidad suficiente para conseguir transmitir la sensación de el sufrimiento animal o el abandono, de tal manera que somete al perro a la tortura sabiendo lo que ocurrirá, la creatividad brilla por su ausencia.