8 mayo, 2024

En Némesis, Philip Roth aborda una problemática universal correspondiente a los tiempos de su juventud: la poliomielitis. Enfermedad virulenta y contagiosa de la cual poco o nada saben las nuevas generaciones, libres de ella y de tantas otras enfermedades olvidadas tras el descubrimiento de la penicilina y de otras panaceas milagrosas. Pero en su tiempo, fue una enfermedad que amenazaba la vida de los jóvenes, llevando a muchos a la tumba, o en el mejor de los casos, a la deformación o parálisis de sus extremidades. Philip Roth recrea morosamente el problema, dramatizándolo en la vida de un joven profesor de gimnasia.
El relato nos sitúa en el estado de Nueva Yérsey, concretamente en Newark, ciudad tantas veces recreada por Roth en sus novelas. Focalizándolo, por cierto, en el barrio judío, de cuya galería extrae a sus personajes, y a través de los cuales busca una y otra vez abordar el problema de la culpa, como tara inherente, enquistada en la conciencia del pueblo judío. Cantor, el protagonista, es un joven profesor a cargo de las actividades deportivas de los niños durante el verano, quien a pesar de su corpulencia y de sus notables habilidades físicas, no ha podido enrolarse en el ejército para ir al frente a combatir junto a sus amigos, debido a su miopía. Se le niega así el deseo que asiste a todos los jóvenes de su generación, el de salir a combatir a los japoneses, luego del artero ataque a Pearl Harbor. Así, confinado a las actividades deportivas de los niños de Newark, Cantor se siente un joven frustrado, inválido en relación a la fortaleza de sus compañeros en el Frente. Pero tras la epidemia de poliomielitis que invade la tranquilidad veraniega de la ciudad, descubrirá que su vida junto a la de todos esos niños corre el mismo peligro de quienes van a la guerra, con la diferencia de que aquellos serán héroes, si logran sobrevivir, en cambio los niños de Newark no tendrán ese privilegio.
La novela avanza describiendo los casos de polio que se van presentado de manera cada vez más alarmante en el barrio judío, y concretamente  en el centro escolar, cobrando la vida de los niños más apreciados por Cantor, quien debe acudir a dar el pésame a sus desolados padres, cargando un sentimiento de culpa por tales hechos, como si fuera responsable de sus desgracias. Se cuestiona el joven instructor,  si el hecho de mantener a los niños en actividades deportivas influye en el contagio de aquel terrible mal, sin que ninguna autoridad sanitaria pueda liberarlo de su preocupación. Por esos años, el desconcierto frente al contagio y evolución de la enfermedad era total.
Sin embargo, si bien la cuestión principal de la novela parece ser ésta, abordar una realidad dramática incomprensible en nuestros días, para enseñar a las nuevas generaciones las dificultades de ayer, en contraposición a los facilismos actuales en que se mueven las jóvenes generaciones, descubrimos poco a poco que el interés del autor, como en tantas de sus novelas, va mucho más allá del relato de los hechos puntuales,  internándonos a través de ellos en la complejidad psicológica de sus personajes, y, concretamente, en su conciencia culposa, la cual –parece decirnos- guarda mayor relación con la naturaleza en sí de los individuos, que con la realidad misma a la que hace referencia. Es decir, hay aquí una denuncia y advertencia que está diciendo soterradamente que el sentimiento de culpabilidad es más más bien una larva que arrastran algunos individuos desde su nacimiento, antes que un complejo adquirido por causa o a causa de la experiencia de la vida misma.
De esta manera, en Némesis nos enfrentamos otra vez al clásico joven judío de Philip Roth que no ha podido, ni podrá liberarse, de esa conciencia autodestructiva. Muy por el contrario, lo llevará a la ruina de sí mismo, sino es capaz de zafarse a tiempo de aquel lastre ancestral que arrastra como una cruz sobre sus hombros. Philip Roth insiste aquí en asociar la conciencia culposa con la idea de fatalidad y autodestrucción, como efectivamente sucede con el personaje, quien terminará negándose a sí mismo, y también a los demás, a la misma Marcia, su prometida, quien está dispuesta a amarlo bajo cualquier circunstancia, y, sin embargo, el señor Cantor –como denomina el irónico narrador al protagonista -, optará por la negación de su propia felicidad, bajo el subterfugio de desear algo mejor para ella. A las claras, una mentira para ocultar su orgullo, ese orgullo mal entendido que surge en los individuos marcados por la tendencia a la culpa, quienes dicen o creen hacer el bien, pero terminan haciendo el mal al negar su propia naturaleza.
Desde luego, cabe aquí preguntarse qué entendemos por conciencia culposa, o mejor dicho, hacia donde nos lleva o nos quiere llevar Roth con sus reflexiones a ese respecto. La conclusión, por cierto, no resulta para nada gratificante, porque descubrimos que está asociada con la idea de maldición, de un designio ancestral enquistado en el pueblo judío por causa de lo que ya sabemos: maldición bíblica por no haber cumplido su promesa. Pero en cuestiones teológicas no nos vamos a meter, son materia para otros analistas. Pero si asociamos esa conciencia culposa con el inconsciente, es decir, con aquel sector oscuro de la conciencia dónde la razón no llega, donde la razón no alumbra sus oscuros pasadizos, podemos comprender que está vinculada al impulso vital que los griegos denominaron Tánatos, el cual –decían- está presente en todo ser vivo, lo mismo que eros. Es decir, a partir de los griegos sabemos que hay dos fuerzas en permanente disputa: eros y Tánatos, y en los individuos como Cantor, predomina esa fuerza de la autodestrucción, que no le permite  alcanzar la felicidad, y vive, y vivirá siempre agobiado, ya por causa del mismo placer, porque lo sienten como algo inmerecido, como habría sucedido en el caso de casarse con Marcia, o por el hecho mismo de rechazarlo. Estos personajes protagonistas de las obra de Roth, no son ni serán nunca felices, aún a pesar de la profunda psicoterapia que el autor lleva a cabo con el propósito de ir a las raíces del mal. El mal sigue allí, persistente, enquistado en la conciencia, generación tras generación, condenando a los individuos a salir en busca de su propia salvación.
A estas alturas, y después de tantas novelas bajo un mismo sello, qué duda cabe, Philip Roth enrostra la tradición judaica en sus novelas, busca y rebusca el modo de indagar y alumbrar el interior de la conciencia de esta clase de individuos marcados por la culpa, para enseñarles a ver, a mirar el mundo desde otra perspectiva, para dejarlos libres, conscientes de que la virtud no está en  en el hecho de pensar lo bueno o lo malo, sino por el contrario, en poder pensar libre de todas las ataduras,  libre de la cuestión moral impuesta como fórmula para estandarizar a los individuos. Marcia estaba dispuesta a casarse con el señor Cantor, pero el señor Cantor lleno de orgullo y de prejuicios, prefiere hacerse a un lado, cerrándose a la posibilidad de hallar la felicidad, pero no sólo suya, sino también la de ella, generando otra vez el movimiento continuo y perpetuo de este círculo vicioso de la culpa.

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