por Héctor Martínez Sanz
No voy a responder aquí a la manida pregunta-trampa sobre por qué escribo. Está respondida en otros sitios, y tampoco es relevante. Aquí contaré asuntos sobre la novela Ixión, porque creo que hay algún punto que depurar sobre su origen o sobre su existencia.
Escribo estas líneas con la certeza de que son del todo innecesarias. Y tengo esa certeza porque yo mismo opino que son innecesarias. Aun así, las escribo. Son líneas innecesarias para el lector, quien no precisa de que las escriba para explicar el porqué de la novela Ixión (es esto sobre lo que se va a tratar en lo que sigue). Pero son necesarias para mí, pues creo importante dar alguna nota, alguna pista o indicio que oriente por dónde se mueven las páginas que voy dando a luz y no nos quedemos rascando penosamente en la superficie.
El lector, cualquiera que éste sea, es inteligente o ha de serlo. Yo lo supongo así. Por esta razón el lector no necesita que yo, el autor, surja de entre la niebla para disipársela. Lo presupongo capaz de pelear bajo su espesura sin que yo le deshaga de ella. Incluso, a veces creo que mi irrupción no precisamente va a clarificar las cosas al lector, y podría perfectamente ignorar cuanto yo tenga que decir.
Se podría llegar a pensar que la novela Ixión abandona una senda. No sé por qué habría de ser así, y no haberlo considerado ya desde El Clan de la Hormiga, por ejemplo, o incluso en obras anteriores. Sobre todo cuando la supuesta senda es tan difusa y en ocasiones parece adentrarse por frondosidades y selvas sin saberse bien por dónde haya de continuar. No obstante, tal cambio de senda sólo es cierto relativamente, porque el mito ya surgía en textos míos anteriores con las mismas funciones, y algunas de sus consecuencias se encuentran en obras previas.
Volver al mito no es volverse en el tiempo hacia viejas narraciones de mundos acabados y pueblos desparecidos. Volver al mito es regresar a la narración que no hemos parado de contarnos desde la primera vez que lo hicimos, sin dejar de escucharlo como algo nuevo. El mito no es un cuento o una falsedad o una mentira. El mito no son las novelas que escribían los antiguos griegos. El mito es del hombre y es el hombre; el mito es el reflejo de lo que siempre hemos hecho: la misma historia con distintos individuos en distintos lugares y tiempos. Volver al mito es volver a nosotros mismos. Nuestra propia Historia (con mayúscula) es mito, como expliqué suficientemente a partir de Mircea Eliade en Pentágono o en varios artículos a colación de la novela El colapso del tiempo de Mauro Barea.
La historia de la condena de Ixión y de su linaje me resultó tan fascinante como la de Aracne en su momento, o como las de Prometeo, Sísifo, Tántalo o Ticio (mencionados, por supuesto, en esta novela), sobre los que no descarto trabajar, aunque con seguridad no lo haga en la forma original del mito, tal y como sí he hecho en Ixión, en el relato de La Hilandera contenido en Humanografía. Relatos desde el lienzo, en Harass: The God’s Job o en la novela Mihai y Veronica.
Algo que debo explicar, antes de continuar, en cuanto al linaje del rey de Tesalia, es que la novela comience con Ixión y no exista referencia explícita en ninguna parte del texto a su padre Flegias y a Coronis, su hermana. Y sorprenderá, porque Flegias, como Ixión, también fue condenado en el inframundo por impiedad a causa de Coronis. Si no lo hice, si no lo mencioné, fue porque, aun siendo mayoritaria la versión de Eurípides que hace de Flegias padre de Ixión y de Coronis su hermana, la fuente no es unánime. Sin embargo, sí hago diversos guiños a esa referencia al hablar de linaje o utilizar la expresión «así el padre como el hijo» o «en el nombre del padre», entendiéndose que la impiedad y la condena de Ixión o de Pirítoo están en su estirpe. En cambio, se mencionarán otras relaciones familiares. Aparecerán en la novela con papel principal los centauros como descendientes de Ixión y hermanastros de Pirítoo (excepciones son Quirón y Folo), cuyos impulsos sexuales instintivos, heredados de Ixión, les acarrearán la derrota, la desaparición y la muerte; también se mencionará a Polipetes, el hijo de Pirítoo e Hipodamia, llamado a participar en Troya y dirigir cuarenta naves junto a Leonteo, según afirma Homero en la Ilíada.
Justifiquemos este pequeño paréntesis que estamos haciendo, pues el caso de Flegias y Coronis es crucial y, a lo que nos toca, flagrante. Si recordamos, Coronis es seducida por Apolo y de ambos desciende Asclepio. Son los celos de Apolo, cuando Coronis se enamora de otro, los que le llevan a pedir a Artemisa el asesinato de Coronis. Flegias venga a su hija quemando el Templo de Apolo en Delfos motivo por el que Apolo lo mata y lo envía al inframundo. Estos son los hechos narrados. Ahora, planteémonos de inmediato qué justicia más allá del capricho y los celos del dios Apolo justifican la muerte de Coronis y el destino de Flegias en el inframundo. Flegias actúa en venganza por el asesinato de su hija, igual que Apolo actúa por despecho y asesina a Coronis cuando ella le es infiel. Acaso sea que Apolo pueda hacer cuanto satisfaga sus deseos y aquí, todos a callar, porque es Apolo. Como vemos, el arbitrio de los dioses ya ha castigado una vez a la estirpe de Ixión y Pirítoo, desde los textos de Eurípides, y la sombra del castigo de Flegias se proyecta en mi novela.
Por otro lado, como digo, el personaje de Flegias no lo trato en Ixión; sin embargo, lo traté en ocasiones precedentes. En Mihai y Veronica lo propuse como el barquero del Flegetonte o Río del Fuego, menos conocido que Caronte, el barquero del Aqueronte o Río de la Alficción, aunque algunas tradiciones sitúan a Caronte en el Estigia o Río del Odio y otras a Flegias en el mismo. Curiosamente, Dante convierte a Flegias en el barquero del Estigia, lo que popularizó al Estigia como el río del inframundo, pese al Flegetonte, el Aqueronte, el Lete o Río del Olvido y al Cocito o Río de las Lamentaciones. Estas variaciones entre barquero y río del inframundo también las tuve en cuenta a la hora de escribir Mihai y Veronica.
Un detalle anecdótico, pero llamativo, que se deriva de la historia de Flegias y Coronis es que Asclepio es salvado por Apolo del vientre de Coronis y es entregado a Quirón, centauro que no pertenece al linaje de Ixión, quien lo educa en la medicina. Asclepio se convierte en divinidad de la medicina y la curación y su símbolo es la serpiente, las mismas que, en cambio, martirizan a Ixión y a Pirítoo en el inframundo al final de la novela. De Asclepio deriva el símbolo actual de la OMS con la Vara de Esculapio (Asclepio, pero en romano) o el símbolo de la Copa de Higea para las Farmacias, a partir de su hija Higea símbolo de la prevención con la copa y la serpiente. No olvidemos, empero, que la serpiente también puede castigar y provocar el daño en el infierno, ejemplos de Ixión y Pirítoo. Por mi parte, yo convertí en Mihai y Veronica, con cierto sentido del humor, a Flegias, abuelo de Asclepio y padre de Ixión, en un esbirro de Plutón y socio de los centauros, que prepara pócimas con las aguas de los ríos del inframundo.
Pero cerremos este paréntesis y volvamos al argumento principal sobre la novela que nos ocupa. Tenemos, según decíamos más arriba, a personajes del calado de Ixión o Aracne, de Ticio, Tántalo, Sífifo, Prometeo…, criminales perversos, asesinos y ladrones o violadores, seres vanidosos que encarnan la desobediencia al valor absoluto impuesto, la rebeldía al sentido único, la insatisfacción de sí mismos y el absurdo del hombre. Se me presentan con un claro sentido romántico como personajes contrarios a tradiciones, imposiciones y convenciones sociales y religiosas, y cuya fuente de acción y valor se encuentra en sí mismos, en su voluntad y en sus inclinaciones. Debían ser ellos los protagonistas.
Si lo pensamos desde otra perspectiva, resulta evidente que un hombre pío nunca quebrantaría el orden Olímpico ni sus imposiciones ni la ley. Es necesario, pues, como vieron los autores de la literatura picaresca y de la romántica, que quien desafíe el orden legal, social o divino, sea un hombre impío o un antisocial, un deforme moral y social, un ser humano vanidoso, orgulloso y desmedido o un criminal y delincuente. Así sucede que, quien desafía una ley o un dogma, quien se pone a sí mismo por encima de la ley o el dogma, es siempre visto como enemigo de la sociedad donde impera esa ley o de la religión e ideología donde impera ese dogma. Se trata del hereje y del marginado —que quizás sea él quien se margine, como en el caso de los piratas—. Ixión y Aracne, en menor grado Pirítoo, cumplen con esta implicación: quebrantan y encaran el poder de la divinidad, y lo hacen desde su impiedad y el fondo de sus egos e impulsos, así como rebajan la altura moral de los dioses porque al castigarlos hay mayor venganza y despecho que justicia en el Panteón.
En el caso de Aracne, el ejemplo es característico: en su vanidoso reto a Atenea en el telar, vence ella y no la diosa en el juicio objetivo de las ninfas. Atenea se enfurece por perder y por ver que en el telar de Aracne se insulta a los dioses al revelar sus conductas infames, por lo que destruye el tapiz y la transforma en araña (en la versión más dura, Aracne acaba por ahorcarse; la metamorfosis es una forma de apiadarse, aunque un tanto irónica). Todos los demás, su padre, sus conocidos, incluidas las ninfas, respetan la autoridad y reprenden a Aracne por su vanidad y su reto a Atenea. ¿No fue por la vanidad que pudo enfrentarse e incluso vencer a Atenea? ¿No fue injusto su castigo, a pesar de que Aracne fuese vanidosa? ¿Acaso mostrarles a los dioses sus vergüenzas, más humanas que divinas, es motivo de castigo aunque sea verdad? Las preguntas que mencionamos antes respecto a Flegias vuelven a plantearse. ¿Qué justifica el castigo a Aracne? Faltarle a la autoridad, aunque esa autoridad esté pervertida porque es reflejo del hombre. La autoridad pierde su legitimidad de sancionar por una falta en el mismo momento en que la propia autoridad comete la misma falta por la que quiere sancionar. En ello, Aracne y Flegias son modelos.
En Ixión, propongo una revisitación de Aracne, por la que la impiedad del rey Ixión no sólo será quebrantar la hospitalidad, escupir en el perdón divino cortejando a Hera en la mesa de los dioses y la vanidad de mancillar el nombre de la diosa jactándose de recibir sus atenciones, sino que también incluyo una escena que recuerda el telar de Aracne. En esa escena Ixión va echando en cara a todo el Olimpo las vergüenzas de cada uno de los dioses entre raptos, violaciones, asesinatos, infidelidades y otras injusticias. Exactamente lo que el tapiz tejido por Aracne y rasgado por Atenea representaba. Lo hace en el momento en que ha sido purificado y ha sido invitado a compartir el néctar y la ambrosía que lo vuelven inmortal. Frente a todos los dioses, con todas sus pasiones y actos reprobables, tenemos a un hombre sin falta e inmortal. Un hombre que, como todos los hombres, soporta los arbitrios y caprichos indecentes de los dioses. Era imposible no aprovechar la escena en el mismo sentido en que Aracne teje el telar: Aracne lo hizo porque se sabía mejor que la propia Atenea; y como ser mortal, mejor que cualquiera en el Panteón. Ixión se encuentra ante una situación similar, libre de culpa, purificado, aunque inmortal… se sabe mejor que los dioses cuyas inmoralidades con los hombres y entre sí mismos son manifiestas. Sin embargo los dioses se atreven a juzgar a los hombres, Atenea a Aracne; Zeus a Ixión; Apolo a Flegias, Hades a Pirítoo…
Después Pirítoo va ejercer el papel de eco de Ixión, sus actos van a estar guiados por el espíritu de Ixión y su enfrentamiento y réplicas a Hades al intentar raptar a Perséfone estarán inspirados en la escena que acabo de comentar.
Pirítoo echará en cara a Hades que le castigue por bajar al inframundo para raptar a su esposa Perséfone, cuando el hecho de que Perséfone sea esposa de Hades se debe a que Hades la raptó y engaño a su madre y a Zeus. Dicho de otro modo, iguala su falta a la cometida por Hades, e incluso viene a entenderse que la verdadera falta la cometió Hades. Si Hades no hubiese raptado a Perséfone y engañado a Deméter y Zeus, Pirítoo no habría tenido que descender para raptarla. Hades, como ya hicera Zeus con Ixión o Apolo con Flegias, ni se inmuta ante la acusación, ni siquiera le tiembla el pulso para condenarlo.
Sobre esto, habrá de observarse un pequeño detalle en la novela y es el siguiente: cuando Ixión reprende a todo el Panteón, un dios está ausente, y ése es Hades. El dios del inframundo no es increpado por Ixión en esa escena porque está ausente. La única vez que Hades e Ixión se cruzan es en el momento de la condena del primero, e Ixión no reprocha nada al viejo dios del averno. Sin embargo, sí expresa la amenaza de que Pirítoo, su hijo, habrá de vengarle y Hades anuncia que si Pirítoo le sigue en sus pasos, también le seguirá en su destino. La condena del hijo está atada a la condena del padre.
Por esta razón el capítulo final se titula En el nombre del padre, expresión de índole religiosa (propia de bautismo, al santiguarse…) por la que se afirma seguir el camino y aceptar la autoridad de quien es el supremo. Ante Zeus, Ixión se declarará a sí mismo el hombre-dios; Pirítoo va a declararse fiel a su padre, y su padre va a lamentar el sacrificio de su hijo. La condena, como aclaré líneas arriba, está en la estirpe desde Flegias, que sería el padre absoluto.
El error de Ixión que he presentado en la novela no es ser impío, ni haberse enfrentado a los dioses, sino haber pretendido proclamar la divinidad del hombre, asaltar el Olimpo para hacer de sí un dios. Que los dioses puedan actuar como hombres, ser reflejo de las pasiones de los hombres no quiere decir que los hombres puedan ser dioses. El hombre no necesita dioses (lo cual, obsérvese, no significa que no pueda haberlos; obvio discutirlo); el hombre tampoco necesita ser dios. El hombre es y sólo puede ser siempre hombre. Por ello, en su momento puse aquel subtítulo a Comentarios a Unamuno, que decía «y a aquéllos que quisieron ser como dioses». Aún, como puede verse, no he abandonado la idea, frente a creyentes, agnósticos y ateos.
¿Es entonces, la novela Ixión, un cambio de senda? Al principio dije que relativamente, y con ello abrí sólo un poco la puerta de la negación. Ahora he de decir, claramente, que no, no se ha abandonado ninguna senda. Quizás nunca hubo senda. Quizás no se pueda hacer senda. Pero lo que sí resulta evidente a partir de este escrito es que la novela Ixión hunde sus raíces en las primera obras que escribí y en las más recientes también. Que haga referencia directa al mito no es algo nuevo, sino contar lo ya contado en ensayos, novelas y relatos, como si fuese nuevo. Esto ya lo he dicho antes. Esto es lo que creí necesario escribir aunque fuese innecesario para el lector, que es inteligente.
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1 comentario en «LOS MOTIVOS DE IXIÓN O POR QUÉ ESCRIBÍ ESTA NOVELA»