2 diciembre, 2024

Dalí siempre admiró a Picasso. Tanto que parecía obsesionado con él por las continuas referencias personales y de su obra que siempre hizo. Durante años le envió una postal en la que repetía “Pel juliol, ni dona ni cargol”, a propósito de un dicho catalán. Picasso nunca le contestó. Tampoco existen imágenes de los dos juntos, y solo consta que se vieran en una ocasión, en París, en abril de 1926 durante el primer viaje de Dalí a la capital francesa en el que visitó al malagueño en su taller y admiró lo que pintaba por entonces. Una visita que marcó, y mucho, al joven de Figueres de 22 años en obras como Academia neocubista, que pintó ese verano y expuso en su segunda exposición individual a finales de ese mismo año en las Galerías Dalmau de Barcelona. Esta obra, considerada la obra cumbre de su periodo de juventud, ha sido objeto de estudio por Jordi Falgàs que acaba de publicar Dalí: Acadèmia neocubista i altres obres,un pequeño libro editado por el Museo de Montserrat, el centro que conserva y expone la pintura desde 1998.

Expertos en Dalí como Santos Torroella o Félix Fanés habían estudiado el cuadro, pero no se le había dedicado un estudio monográfico hasta ahora. “Es la pintura de mayor dimensión que había pintado hasta ese momento y la más compleja de iconografía y simbolismo. Fue un tour de force para Dalí y en ella se plantea qué pasa con el cubismo, un estilo que ya puede considerarse académico y quiere superarlo. Por eso la titula así. Es una obra de cambio y de transición en la que mira hacia atrás para dar un salto adelante hacia el surrealismo que abrazará poco después”, explica este experto en el pintor que dirige desde 2008 la Fundació Rafael Masó de Girona.

En esta pintura de 190 por 200 centímetros hay, en efecto, muchos elementos que recuerdan a Picasso, como las geométricas figuras femeninas vestidas con túnicas inspiradas en obras del malagueño como Bañista sentada limpiándose los pies o en Tres mujeres en la fuente.

«El objeto que sostiene el marinero en su mano izquierda puede ser un arco clásico o un elemento fálico, que nos habla de la masturbación”

“Picasso era para Dalí un maestro consagrado que había roto muchos moldes y era alguien a seguir”, prosigue Falgàs. “Pero también hay muchos elementos de los fantasmas internos y las angustias sexuales de esos años”, y todos tienen que ver con Federico García Lorca, su amigo desde que lo conoció en la Residencia de Estudiantes de Madrid en 1922. En efecto la figura central, interpretada como un marinero por el gorro que lleva, es también un San Sebastián, uno de los temas que más apasionaban al escritor y al pintor por entonces, por sus connotaciones homosexuales y que provocó un intercambio argumental intenso entre ellos y al que consagraron un buen número de dibujos y pinturas.

“La pintura tiene elementos que hablan de una especie de lenguaje en clave entre los dos, como el objeto que sostiene el marinero en su mano izquierda que puede ser un arco clásico o un elemento fálico, que nos habla de la masturbación”, explica el experto que mantiene que en esta obra objetos como las conchas, los peces y el barco «fruto de las lecturas que Dalí había hecho de Freud”, empiezan a tener un doble o triple significado.

Para Falgàs la figura central es también un autorretrato “idealizado” del propio Dalí. “Es una exaltación del torso masculino desnudo, una celebración hedonista del cuerpo dorado por el sol que tanto le gustaba lucir por entonces al pintor”, tal y como se aprecia en las fotografías que se hace en Cadaqués. “Sensualidad y disfrute de la vida eran temas esenciales para Picasso desde comienzos de la década y Dalí comenzó en Academia neocubista a reinterpretarlos con alusiones a la homosexualidad y al sacrificio, angustias que estaban latentes en su relación con Lorca”, remacha Falgàs.

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