4 octubre, 2024

Héctor Martínez Sanz

Un año hace que poetas, por un lado, y artista plástico, por otro, se sumaron en un heterogéneo polinomio cuyo resultado se obtuvo este 2016 con el volumen Poesía Gráfica (Rotipo, 2016).

Si uso la palabra polinomio es porque etimológicamente se ajusta a la perfección para definir lo que el libro en cuestión representa: πολύς– (varios) Nomen / νόμος– (nombres, términos / parte, porción, región, ley). La segunda raíz depende de si se toma este lexema como latino o griego, aunque para este libro resulta indistinto: son varios nombres de varias partes, cada uno con su ley o regla.

El polinomio comenzó con dos sumandos, Tudor Serbanescu (Rumanía), quien puso el trazo pictórico, y Diego Vadillo (España), que puso las primeras letras, a las que se sumaron las de Blanca del Valle (España), Elisei Virgil (Rumanía), Dusika Nikolic (Serbia), Luis Arias Manzo (Chile), Tales Jaloretto (Brasil), Alba Azucena Torres (Nicaragua), Maggy Gómez (Colombia), Beatriz Rastaldo (Argentina), George Roca (Australia), Alexander Anchía Vindas (Costa Rica), Rita Valencia (Chile), Álvaro Torres (Perú), Ana Jiménez (España) y Domnița Neaga (Rumanía). Dieciséis nombres de once países distintos y diferentes generaciones son las variables y constantes del polinomio en grado sumo.

Todos se fueron congregando en torno al Proyecto Internacional de Poesía Gráfica que los dos primeros concibieron en Madrid en julio de 2015, y que en esencia constituye la creación de un espacio común para que el verso y la ilustración juntos conformen espacios holísticos de significado. No ha de confundirse, pues, con la llamada poesía visual o caligramática, es decir, hacer trazos bellos (καλι) con la escritura (γραμμα). No, aquí se trata de Poesía (ποιέω) Gráfica (γραφή / γραφικός). Tengamos en cuenta que, por un lado, ποιέω es crear, y por otro lado, γραφή es escritura mientras que γραφικός es la descripción mediante figuras. Por tanto, en el título tenemos un doble crear: con el verso escrito y con el trazo dibujado.

Para entender mejor esto último, recurro a uno de los versos de Alexander Anchía Vindas, que dice: «Escasean los poetas / que edifiquen puentes / entre las nubes». Me resulta un verso programático, una declaración en toda regla de lo que se pretende con el Proyecto y con la antología misma. Así me lo parece tanto por la idea de que el poeta establece puentes como por la visualidad que el verso mismo traslada. Si entendemos en Anchía Vindas la palabra poeta como el creador (ποιητής) el significado que el verso en cuestión nos traslada es la comunicación de espacios, ya sean geográficos o artísticos, culturas y generaciones por medio de la actividad poética o creadora. Y este es el origen mismo del libro, su fundamento, y el cimiento sobre el que se levanta. Al menos eso intuyo cuando leo a otra de las voces participantes, Domnița Neaga, quien describía su primer contacto con el Proyecto en noviembre de 2015 del siguiente modo: «A poco que tengamos algo de sensibilidad, parte de nuestra alma transitará, sin saberlo quizá, por las manifestaciones del espíritu del creador, y se sentirá bien… viajará, así, por su mundo, verá las cosas que vio, y oirá lo que no habría imaginado, y de este modo podremos convertirnos en seres creativos que deseamos compartir nuestros pensamientos con los demás…»; o más aun, la declaración del impulsor plástico, Tudor Serbanescu, para quien «al combinar las dos artes, la literatura y las artes plásticas, el acto creativo adquiere hondura así como una singularidad capaz de penetrar fácilmente en el alma de los amantes de la belleza; incluso aunque no sepan el idioma, pues los dibujos mantienen el poso de lirismo… se complementan entre sí (…) Son como espejos paralelos que se iluminan y se refuerzan mutuamente».

Once países, es decir, once geografías y culturas dispares, representadas por dieciséis sensibilidades heteróclitas. Un mosaico poético en el que conozco personalmente a la mayor parte de los implicados. Y es posible que esto incline subjetivamente la balanza de mi juicio por el peso de la estima con que escribo. Pero, en mi descargo, diré: sé bien que sobre la creación no existe posibilidad para la objetividad del gusto. No existe desde el punto de vista de quien crea, papel que cada uno de ellos ha ejercido, ni tampoco existe desde la perspectiva de quien lo juzga, papel que me ha correspondido a mí.

Estamos ante un evidente hecho polílogo, en los términos de Fanz Martin Wimmer, padre de la filosofía intercultural. No es un canto polífónico a secas, porque no sólo se trata de φονος (sonido o voz), sino de λογος (palabra, ejercicio racional del habla), como diferenció Aristóteles. Tal y como Wimmer defendía, en el volumen se dan las dos precondiciones necesarias para el polílogo o el intercambio de varios mediante la palabra, pues efectivamente hay un interés recíproco entre los participantes y hay una cesión de la palabra entre los mismos —al fin y al cabo, el Proyecto Internacional de Poesía Gráfica incluye la Exposición y el recital directo de los versos en cada país de cada participante—.

La palabra, sí. Vuelvo a recurrir a Anchía Vindas y a otro de sus poemas: «El libro sigue buscándose, / quedan solo palabras / que no se amarran / a una telaraña»; o puedo recurrir a Beatriz Rastaldo que nos habla de «retazos de palabras / apergaminando poemas nuevos» y del «olor a palabras / aroma de vida»; pienso al decir esto en Torres Calderón, quien con claridad declara «yo vengo a ofrecerte / mi palabra» y en Rita Valencia, que no se arrepiente «por el enunciado de mis labios, cuando era necesaria la palabra» y que sabe que hay «miradas silenciosas / que se cruzan en el laberinto de las mentes / pobladas de palabras»; salto a George Roca, donde la palabra es en Australia la nostalgia de la tierra y la vida dejadas atrás: «Escucho crecer las hojas… / y una palabra rumana», que bien podría ser el nombre propio Ardeal o Transilvania; y para Ana Jiménez en el sentimiento «las palabras son alaridos» y que para declararse y decir te amo en Tales Jaloretto «resuena palabra:/ juntada, rimada, mojada, mimada.».

En esta poesía inter mundos, la lengua elegida para la expresión es el español, ya como lengua original en los poetas para quienes es lengua materna, ya en traducción para aquellos que no. Pero en todos ellos, el idioma vibra con toda la potencia y solidez, la palabra abre el amplio abanico de sus significaciones.

Son las palabras más que el libro mismo como objeto en el que se hayan escritas y hay en este volumen un continuo intento de trascender los soportes y los géneros artísticos. Incluso supone una vuelta de tuerca al establecer otro diálogo, el que Serbanescu apuntaba entre palabra e imagen, donde ambas se ceden el paso. Ut pictura poesis (Como la pintura es la poesía) sugería en latín Horacio. Y es verdad, el latinajo parece sernos susurrado al pasar cada página del volumen, bajo la idea sinestésica que Da Vinci rescató del olvidado Simónides de Ceos: «La pintura es una poesía que se ve sin oírla; y la poesía es una pintura que se oye y no se ve; son, pues, estas dos poesías o, si lo prefieres, dos pinturas, que utilizan dos sentidos diferentes para llegar a nuestra inteligencia».

Así, los versos sugieren imágenes, sensaciones de uno y orto sentido, y el dibujo de Tudor Serbanescu sugiere palabras en una permanente metáfora evocadora. Cuando Alba Azucena Torres comienza «es ámbar tu mirada», nos habla de «besos salados», describe «tu piel oceánica, cobriza, salada», nos trae la música de Cat Stevens y desarrolla los alegóricos Naufragio o La neige negra, se introduce en nosotros a través de nuestros sentidos con música, colores, sabores y olores hasta la visualidad misma del poema.

Uno de los mayores logros en este sentido está en uno de los poemas de George Roca que ya elogié en el pasado: «Me enamoré de tus labios, / bonitos, rojos, voluptuosos, / similares a un melocotón injertado con una cereza. / Cuando empecé a besarte tu boca / tenía sabor a fruta de la pasión. / Todo era tan activo y real / como si dos ángeles / hicieran el amor en mi lengua».

Respecto del valor sinestésico y plástico de los versos, de entre las voces que encuentro por vez primera, está la voz —y la palabra— de Maggy Gómez y la visualidad sensorial que adquiere El sorbito de café o, sobre todo, el que se observa en Extraño, poema en cuyos versos la añoranza del contacto emocional es fundamentalmente un contacto físico por los cinco sentidos: «Me faltan tu mirada / el aroma de tu piel / el sonido de tu caminar (…) me falta el roce de tu piel / saboreando el néctar de tu pasión / saboreándote todo».

En cuanto a la forma y la construcción, hay también variedad. Combinados veremos el verso libre y el medido y rimado, como en Blanca del Valle, tanto en versos largos, como en Torres Calderón, como en versos mínimos, por ejemplo los Estados de Elisei Virgil.

La construcción completa que conforman palabras, imágenes y retórica, esto es, el poema, queda descrito como una identificación completa e incluso física entre creador y creación en los versos de Arias Manzo: «Tengo el privilegio de ser tu primer poema», porque, como asegura Domnița Neaga «adentro es cuando soy más yo, / sin plata, sin oro, sin tesoro… / solo un racimo de poemas / que ordeno en uno u otro lado», aunque haya una eterna pregunta amenazando al final de la creación en los versos de Dusica Nikolik Dann «Cuando acaben los poemas, / carne tierna de tus versos, / ¿qué quedará?». Efectivamente, en el volumen Poesía gráfica, sus poetas y pintor parecen haber escuchado a nuestro Bécquer, y saber que el problema no es que no haya poetas, sino que llegue a faltar la poesía.

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