19 marzo, 2024

Una de las herramientas más importantes del actor es el aire. El actor ha de respirar, como todo ser vivo y a la vez ser capaz de imitar todas las respiraciones que existen. Cada estado emocional requiere una respiración. El llanto; entrecortada. La ira; contenida. El amor; suspirante. Y un largo etcétera…

El aire es la gasolina del cuerpo bien alimentado*. Gracias al control de la respiración el actor tendrá la posibilidad de realizar hazañas físicas y generar prodigiosas recuperaciones de una escena a otra. De bailar y cantar a recitar, callar y mirar. De batirse en feroz duelo y caer herido para luego morir y trabajar la apnea.

La apnea es una herramienta muy poderosa. Pero la apnea ha de ser voluntaria y controlada. El miedo, los nervios o la inseguridad provocan una apnea que roza lo agónico. Un actor no debe agonizar nunca. El personaje sí. La agonía del actor supone una bajada de energía general, tanto entre sus compañeros como en el público.

El público ha de quedar sin aliento, pero no sin respiración. El actor ha de crear esa convención teatral mágica que transporte al espectador a una realidad que le desahogue de su Realidad o que la eleve si se da el caso. En cualquier caso el actor ha de ser el generador de un gran suspiro, ya sea de alivio al terminar una escena de alto contenido dramático o de relajación de todo el cuerpo tras una extensa carcajada. Al público hay que saber controlarle la respiración desde el trabajo en escena, no desde la platea en la que es testigo del sufrimiento del actor. Cuando un actor, y no su personaje, sufre en escena podemos notarlo en su voz.

El aire es el motor de la Voz. La Voz del actor es la música que éste hace de su personaje. El baile del cuerpo y la música del personaje han de ser una coreografía estudiada y coherente con el personaje, no por ello del todo cuadriculada. Cada unión de estos aspectos es lo que hace especial a cada actor.

La coreografía necesita de un director. Pocos son los actores que a la par son directores. Siempre es mejor que un compañero** te ayude y te apoye. El mayor problema de esta coreografía a día de hoy y en este país es la cultura del doblaje. Los actores ya no “Sobreactúan”, “Se quedan cortos o no llegan” o “No son creíbles”, ahora “Se dobleactúan”. Esta tendencia de auto doblarse, de hablar como si estuvieran doblando una película extranjera viene de muy atrás. En un país poco amigo de hablar otros idiomas (como es el caso de España y la mayoría de sus españoles) se crea un rechazo frontal a ver las Obras en su versión original. Gracias a la labor de grandes profesionales de la traducción de textos y los magníficos dobladores con los que cuenta este país nos hemos acostumbrado a ver los grandes Clásicos Modernos en un perfecto español castellano regularizado. La excelente técnica de estos actores de doblaje está determinada por las condiciones de dicho trabajo. El actor de doblaje habla a un micro con una pequeña luz sobre un texto y una gran pantalla frente a él. Toda la expresión reside en las inflexiones de la voz, las respiraciones del actor al que dobla incluso algún que otro tic o gesto vocal particular. El cuerpo tiene unas limitaciones impuestas por la pecera de doblaje. La coreografía es con la imagen que se proyecta frente a él. El actor de doblaje puede imitar la voz pero no el cuerpo.

Imitar es una de las grandes habilidades del actor y toda una especialidad. El actor puede imitar a un personaje histórico, imitar la voz de un personaje público, incluso puede imitar a un compañero en pos de la comedia. Un actor nunca ha de imitar una técnica que desconoce y utilizarla fuera de contexto. El actor de doblaje, por gajes del oficio, suele ser engullido por su propia voz frente a la cámara o en escena***. El actor que se dobla a sí mismo pierde verdad, aire y el tiempo del espectador. El resultado puede parecer muy digno puesto que es lo que la cultura española conoce. Es donde se siente cómoda. Lo cierto es que el actor está jugando a engañar, a mentir y hacer creer cosas de única manera que no ha de hacerlo; siendo consciente de todo ello dejando de lado la veracidad, preocupado tan sólo por la estética y prostituyendo la ética por un segundo más de plano.

El tiempo del actor es igual de importante que el de su público. A lo largo de la función ambos comparten un mismo “tic-tac”, un mismo latido, un mismo aire; el mismo aliento. El actor ha de aparecer en escena completamente desahogado. Gracias a los ensayos, al trabajo y a la consciencia de su cuerpo, el actor es capaz de hacer malabares con el aire. El suyo y el del público. Por tanto jamás ha de menospreciar su aire y malgastarlo en falacias, si así lo hiciere, estaría menospreciando a sus compañeros, al público y a la profesión.

La profesión ya sufre suficiente como para ponerle una tara externa más. La normalización de los acentos es un insulto a la riqueza de nuestra cultura. Cada acento es un precioso mundo musical en el que el actor puede bailar otros mundos. En el resto de países se usa como marca de personalidad. Los grandes autores saben usar esta excepcional herramienta. Basta de ahogar los acentos, las maravillosas diferencias de tonalidad entre ellos, basta de ahogar al actor por el miedo a lo diferente. El actor ha de estar desahogado por completo antes de la escena para que su personaje se pueda desahogar en escena y evitar el hundimiento de ambos y la asfixia del actor.

Si asfixiamos al personaje terminaremos ahogando al actor y por ende la función.

La función del Actor es desahogar un poco el mundo, darle un soplo de aire, pero para ello hay que darle un respiro al actor y dejarle ser todo lo que pueda ser, dentro de su capacidad pulmonar.
Demos por sentado que hablo en singular mayestático y ‘may(be)estético. Hablo de plural único. Todos y todas somos espectadores/as y actores/trices de la tragicomedia que es España. Y démonos un respiro de tanto actor “Dobleactuado”.

Gracias por leer mis desahogos

Un actor, feo pero gracioso.
(Dictado, no leído)

Aitor Legardon

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