Por Midsoul Wolf
Sorprendente, pero cierto. Héctor Martínez se decide, por fin, a mostrar la patita lírica, y publica para 2014 de la mano de Mundi Book Ediciones Antología Poética. La obra, que recoge las composiciones de década y media de silencio poético, aunque con escarceos en forma de revista o recital, fue presentada el pasado 23 de abril, Día Internacional del Libro, en la Librería Lé de la capital, en el marco de La Noche de los Libros organizado por la Comunidad de Madrid.
Algunos creímos que esto jamás ocurriría, por las reservas del ahora ya bien denominado también poeta. Un día u otro se sacaba una improvisación de la manga, y ello hacía sospechar como las pepitas, que alguna mena se ocultaba, que sólo veíamos la punta del iceberg mientras una colosal obra permanecía sumergida y desconocida. Ahora que la ha dado a luz, acaso queda la sospecha de si lo dio todo y no se guardó nada. Sin embargo, la límpida catarata de versos que ha volcado sobre el libro obliga a mirar lo dado, por su carácter de misterio revelado, por ser tierra a la vista que nunca había sido pisada, exista o no algún islote que siga siendo coto privado del escritor. Para mí y para el lector habitual es territorio desconocido que debe ser explorado con atención y deleite.
Aunque el poeta insistiera durante el acto de presentación sobre lo que advierte en la nota introductoria que antepone al libro, a saber, que no se trata de poesía contemporánea sino sólo en el sentido temporal, hemos de puntualizar que, de hecho, sí es contemporánea por la línea genealógica de aquella poesía del Medio Siglo, en la que el género tanto era comunicación como para los sesenteros era medio de conocimiento. A la vez que no rechaza la primera, obra la síntesis con la definición que diera Gil de Biedma de la poesía, «el poema en tanto que asumido en la lectura». Cabe adscribir a Héctor Martínez a ese flujo poético, perdido hoy, de los años sesenta, que encontraba en Machado una referencia ética y estética desde Campos de Castilla hasta Juan de Mairena, cercano a Ángel González o a Valente con engarces a Blas de Otero y José Hierro. Así, vemos que en su poesía el contenido no devora las formas, ni la expresividad ni la intuición que late en ellos con el tono de verdad humana. El peso del tema se aligera y se equilibra con la expresión, la imagen y la forma resultando, de este modo, no la realidad sino la experiencia personal, sentida o intuida de la misma.
Por esta razón el componente autobiográfico es el epicentro del poetizar, el origen y foco desde el que se accede al mundo en su experiencia. La intimidad y la persona son el núcleo del que todo parte y al que todo llega, la materia que da cuerpo al poema. En consecuencia, destaca un alejamiento del prosaísmo dominante en el nuevo siglo, y aunque no evita la retórica, está más pensada en su dimensión expresiva que en su aspecto ornamental y embellecedor. Busca un lirismo controlado que no lo arrastre a la sensiblería pero tampoco lo bloquee en la frialdad del vocablo desnudo.
Los tonos, muy variables, recurren a menudo a lo conversacional, al humor y la ironía, mientras que en otros se eleva a formas más solemnes y elaboradas en consonancia con las estructuras elegidas, alternando el carácter popular, el culto y la experimentación creativa. Pero siempre imprime un sabor de amargo escepticismo, o cierto patetismo, de dolor, aunque sin exageraciones falsarias con tendencia a la universalización de lo cotidiano a través de la naturaleza y el cosmos, con un uso habitual del agua, el árbol, la tierra, las estrellas y los astros, llevando la idea de lo pequeño a lo grande y lo trascendente.
El abanico de temas abarca también las posibilidades de los 60s, desde la remembranza nostálgica de la infancia, el amor, el paso del tiempo, la vejez y la muerte, hasta la angustia vital, la soledad, la metapoesía, el arte y la filosofía, o España. Cabe añadir el tema del viaje, desde el que dibuja una escena plásticamente o comunica espacios geográficos y sensaciones.
Todo ello, como digo, lo convierte en hijo de una poesía que rápidamente fue olvidada por la atención a los novísimos de Castellet, y en nieto, si proseguimos la analogía, de los versos del primer tercio del s. XX. Héctor Martínez traza su hilo literario desde el romanticismo y modernismo hasta éstas generaciones de posguerra con las que se comunica generacionalmente. Levanta la vista para asomarse al abismo del tiempo y no sólo escarba en los años que tiene ante sus narices.
Lo último es observable en la galería métrica expuesta, ya el uso del alejandrino, el endecasílabo, el heptasílabo o el octosílabo, en composición tanto estrófica —soneto, octava, copla— como no estrófica —silva, romance— con una clara preferencia por la rima natural asonante y la estructura arromanzada o las alternantes e híbridas. Junto a esto el heterosilabismo, la fragmentación del verso o su partición, la rima interna, el encabalgamiento abrupto y la libertad compositiva en las combinaciones, sometido el ritmo a una intuición de la escritura más que a una perfecta técnica arquitectónica.
Es, por tanto, la poesía de Héctor Martínez continuadora y puente entre siglos. Según lo dicho, es ineludible la contemporaneidad de su obra más allá de lo que él mismo reconoce, no en el sentido de una ruptura radical o una superación consumada, sino por su significativa evolución del pasado inmediato sin renuncia de su apoyo y la pretensión de sintetizarlo y reelaborarlo para los días de corren cara al futuro. Como reconoce el poeta:
Mi labor es recoger los frutos de los siglos
cosechado con los aperos de estrofa y rima
sobre el seco y marchito suelo de labrantío,
allí donde las plumas acuden, y espigan
por entre rastrojos como vulgares bandidos.
(…)
Ha de ser la poesía de nuestro mañana
compuesta en el presente con un poco del ayer,
la simiente de este día, la lluvia del alba,
junto al viento del antes, para un nuevo amanecer.